miércoles, 16 de julio de 2014

Cartier-Bresson

Si pudiera elegir, viviría en la calle Padilla 38. Porque el portal es enorme y de mármol blanco, porque el ascensor conserva la celda forjada negra que añadieron a la señorial escalera cuando la revolución industrial llegó al barrio de Salamanca. Y porque en el piso primero derecha de esa casa de Padilla donde vivió Juan Ramón Jiménez, exponen en la sala de Michel Soskine hasta el 26 de julio los retratos que hizo Cartier-Bresson, que conocía a todo aquel a quien merecía la pena conocerse. 




Stravinski, Giacometti, tan amigo de la familia como el propio Cartier-Bresson que regaló el retrato del escultor a los Soskine por su cuarenta aniversario. Nos lo contó a Juan Lázaro y a mí la deliciosa y experta Claudia cuyo apellido desconocemos pero intuimos. Las fotografías enmarcadas en blanco se venden al módico precio de 8.000€, excepto la de Giacometti, claro. 




Para el anuncio de la exposición eligieron al escurridizo François Mauriac y capítulo aparte tendrían otros de los retratados como Ezra Pound, Lucien Freud, Max Ernst o Sam Szafran, al que le gustan los filodendros casi tanto como a mí.


Desde allí continuamos caminando hasta la nueva sala Mapfre en Bárbara de Braganza. Íbamos a ver las fotografías de Vanessa Winship por recomendación de nuestro amigo Juan Roig. Se pueden ver hasta el 30 de agosto y son instantáneas de una inglesa en los Balcanes, Turquía y el Caúcaso, con una mirada heladora, en blanco y negro de esa región que mira hacia el mar Negro. Las fotos fueron tomadas hasta 2011 y ese año se convirtió en la primera mujer que ganaba el premio de fotografía Henri Cartier-Bresson. Para nosotros este dato ponía otro lado en un triángulo que se completaría al visitar la exposición en Mapfre Recoletos sobre Cartier-Bresson. Pero eso será otra tarde deliciosa.